“No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros. Oh Judá y Jerusalén, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque Jehová estará con vosotros.
2 Crónicas 20:17
Si había una clase en mis años de escuela secundaria en la que no era bueno, era la de educación física. Parece contradictorio, pues para la mayoría de los varones esa materia suele ser la más fácil y sencilla de aprobar; sólo había que jugar. Pero, la realidad es que no soy bueno en los deportes. Recuerdo que teníamos que jugar al sóftbol y con mi problema de la vista era muy difícil seguir la pelota. Mi deseo realmente era no jugar para así evitar ese mal rato. Sin embargo, el maestro me dijo: “Tienes que jugar. Voy a hacer algo contigo. Te voy a poner en un equipo, vas para el parque y te posicionas en el área de “right field.” Así lo hice. Mientras avanzaba el juego, me daba cuenta de que para ese lado del parque nadie bateaba la bola; a menos que el bateador fuera zurdo. Esto me parecía absurdo. Tenía que ser parte del juego, tenía que ir al juego… ¿para no jugar? Obedeciendo al maestro y participando, aunque sólo fuera parándome en aquella posición, fue como pude aprobar la materia; si no lo hacía, lamentablemente reprobaría. Tuve que confiar en la sabiduría, en la decisión y en la orden de mi maestro, aunque me pareciera ilógico, para poder así aprobar la materia.
La historia de Josafat que se nos presenta hoy continúa justo donde la dejamos la semana pasada. Vienen tres ejércitos a atacarlo, lo sobrepasan en número por mucho. Ante tan grande reto, humanamente imposible de enfrentar y salir airoso, Josafat y su pueblo acuden al único que los puede ayudar. Postrados en oración pidieron socorro a Jehová. Y el Señor responde a su clamor y les dice que no le teman a esa multitud pues ésta es su guerra. Por lo que les ordena ir a la batalla, pero con una orden específica de no pelear. ¿Cómo?... ir a la batalla y ¿no pelear? Es más, les dice que se paren, que estén quietos y vean la salvación de Dios. Esto parece absurdo; pero es la voluntad de Dios. Ante ella sólo podemos confiar, creer y obedecer al perfecto plan de Dios. En su soberanía, Él tiene control sobre todo. Así lo hizo Josafat y su pueblo y vieron la victoria que sólo Dios proporcionó para ellos.
En el plan de Dios, en la voluntad de Dios, hay cosas que, para nuestra mente limitada, finita, pueden parecer absurdas, extrañas y hasta contradictorias; pero confía. Sólo Él, quien es Omnisciente y Todopoderoso para los suyos obrará; y obrará para bien.
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